Yo miré al horizonte
y el horizonte me miraba a mí.
La inmensidad del mar y la libertad del cielo
Eran yo.
Yo era ellos.
El viento rozaba mi mejilla, dejándome la piel fría
Algunos cabellos aparecían entre mis pestañas
Sentia un dolor en el pecho
Que con el tiempo se convertiría en nostalgia
Y esa nostalgia en una incógnita
Y esa incógnita en una certeza
La incognita de tus pensamientos
La certeza de que me recuerdas
Mis manos están frias
como la dureza que ingresará a mi corazón al recordarte
o con suerte logre convertir ese ignotismo adrede de tu existencia en vacío.
En ocasiones aún te veo en otros.
Pero ya no es un dolor.
Es una alegría.
En un peinado, en un cuerpo, en una nariz.
Sonrío. Tal vez me burlo de mí misma o tal vez es la alegría de tentar un poco a la imaginación y sentir cómo sería volver a verte.
Inmediatamente recuerdo que racionalmente somos más felices así.
Tu estrenaste mis ojos a las lagrimas torrenciales.
A ceder mi espíritu rebelde por amor.
Me perdi amandote pero a la vez me encontré.
He aprendido tanto de haberte amado, la persona incorrecta.
Mi primer amor.
Ese del que luego mueres feliz porque amaste al borde de la locura a alguien que por historia de todas las personas del mundo, realmente no lo merecía.
Fuera de honores, no. Ya no te amo.
Pero amé amarte, asi me haya quitado el plástico del corazón para que entre todo lo bueno y lo malo.