Recuerdo tus huesos de la cadera, tu piel y tus leves músculos de la barriga bajo mi tacto.
Recuerdo la línea de tu silueta en la sombra de la oscuridad en la que hace tanto tiempo nos encontrábamos; en tu habitación.
Aunque ya ha caído en una normalidad esporádica recordarte con una suerte de ausencia de algun sentimiento tangible, me pregunto por qué lo hago.
Y siempre llego a la misma y sana respuesta: es el último hombre que has amado.